Durante la segunda mitad del siglo XIX se constituye la Psicología como ciencia. En un principio esta palabra compartía un sentido amplio en el que se incluía la experimentación con los propios estados internos subjetivos, aunque no fueran cuantificables y medibles de forma externa. Esto era lo que Ken Wilber hubiera llamado hoy en día "ciencia amplia", es decir, la ciencia que toma como reales no sólo los datos sensoriales sino también los datos obtenidos en la experiencia subjetiva. Sin embargo, la parte subjetiva pronto fue desterrada como algo no científico y por tanto fuera de la ciencia, ésta era una de las críticas dirigidas al psicoanálisis, por ejemplo.
Así comenzaron
a desarrollarse de forma paralela orientaciones centradas en la conducta, el
conductismo, pues ésta podía medirse mejor. Luego, otro grupo de psicólogos
reclamaron también la importancia de los procesos mentales, los pensamientos,
así surgió el cognitivismo, estas dos corrientes también se fundieron dando
lugar a la orientación congnitivo-conductual. Sin embargo, había una parte de
la población de los psicólogos que reclamaba una humanización de la psicología,
quizá demasiado preocupada por cuantificar. Así se hacía hincapié en un trato
humano que diera importancia también a los procesos más profundos, como las
emociones y el sentido de la vida, esto dio lugar al humanismo.
Otro sector de
psicólogos aportó su perspectiva del mundo como un sistema y tratando las
problemáticas familiares y grupales, pensando que el origen de las diferentes
problemáticas está en un sistema determinado y su funcionamiento. Incluso hubo
otra aportación que quería resaltar lo más profundo del ser humano con la
psicología transpersonal.
Cada una de las orientaciones viene a dar importancia a una
parte del ser humano, somos un compendio multidimensional formado de
inconsciente, conducta, pensamientos, emociones, relaciones con los demás
formando sistemas, y también buscamos un sentido a la vida en la profundización
de nosotros mismos y nuestro autoconocimiento. Todas estas aportaciones son muy
importantes pues describen una parte del puzzle que supone el ser humano.
Sin embargo, cada orientación aporta una verdad parcial, con
sus virtudes y sus limitaciones. Querer tratar todos los problemas con una sola
de las orientaciones nos lleva a estar en peligro de errar con el tratamiento
y, en muchas ocasiones, el resultado es la activación de la culpabilidad de la
propia persona, si una persona experimenta que la terapia no funciona para
solucionar la totalidad de su problema y el terapeuta insiste en las mismas
técnicas, entonces la persona se puede ver avocada a pensar que es por su
culpa, algo está haciendo mal por lo que su problema no se soluciona a pesar de
que está haciendo todo lo indicado.
Ésta sería una de las complicaciones que podrían
aparecer si se quiere hacer terapia basándose solamente en una de las orientaciones de la
psicología, con sus técnicas específicas, pero llevado a cabo de una manera tan ortodoxa que al final se prioriza cumplir con las reglas de la orientación o escuela por encima de las propias necesidades de la persona. Aquí es donde se hace evidente que cada escuela tiene a su vez sus propias limitaciones, y ninguna de ellas en solitario tiene la verdad final, sino que es una verdad necesaria pero parcial.
Actualmente comienzan a verse corrientes integradoras en la
que se trata de tener una mirada lo más amplia posible, en la que poder incluir
a la persona como algo multidimensional y complejo, así una combinación
planificada de tratamientos puede representar más que un efecto aditivo, un
efecto sinérgico, la fuerza combinada de los tratamientos posee una energía
propia.
Así, según Theodore Millon, una de las autoridades
internacionales en el ámbito de la personalidad, las tendencias contemporáneas
es hacia las terapias integracionistas: “tanto si es psicoanalítica, cognitiva,
conductual o biológica, cada una de ellas constituye sólo una visión parcial de
la naturaleza humana.”, “La terapia debería estar tan integrada (y, por tanto,
resultar tan eficaz) como integrada y estable es la personalidad. En lo que el
autor principal de este libro ha denominado
psicoterapias integracionistas, cada
técnica de intervención se selecciona por su eficacia para resolver estados
patológicos y también por su contribución en el patrón global de procedimientos
de tratamiento, de los cuales es solamente uno. Por ello, la patología de la
personalidad engloba un tipo de trastornos para los que se requiere de forma
explícita una base teórica integracionista. Cualquier otra elección es peor.
Por otra parte los trastornos de la personalidad reciben simplemente un nombre
inapropiado y sería mejor calificarlos de “trastornos cognitivos”, “trastornos
interpersonales” o “trastornos psicodinámicos” (Millon, 1999, página 146).”
Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Theodore Millon. Masson.
Elsevier. 2006.